De la ciudad y el mar, los que desaparecen


Destellos en la oscuridad, marcha en la Macroplaza de familiares de desaparecidos en Monterrey, vía Reporte Indigo

Desde arriba, viéndolo desde el asta bandera que está en el cerro, después del Obispado (ese que sobrevivió a la Independencia, luego a la Revolución y llegó a nuestros días) Monterrey es como un mar que ruge incansable, con luces que se mueven tan rápido que simulan las olas: la atracción del agua por la luna.

Debajo de los millones de colores que van y vuelven, entre los ritmos que se suman -coches, sirenas, música, conversaciones- y se vuelven la voz de la ciudad, como el rugido del mar suma la vida de los peces y su infinita atracción por el universo para sonar en un solo idioma indescifrable.

Ese sonido intriga al ser humano desde que existe en la tierra, al igual que el de la ciudad desde que habitamos en ella. Es un mar donde se pierden al entrar en él las muertes, los dolores, los gritos de desesperación en esa inconfundible masa de ruido inalterable. Al igual que el agua, la ciudad pierde, funde, desaparece.

Tanto en el mar, como en la ciudad, el rastro de alguien que se va y sólo él conoce su destino final, deja una profunda herida a sus familiares que arde hasta el último de sus días, con la llama de la esperanza y el combustible de una eternidad sin respuesta.

«Yo ignoraba si en la congregación había algún pariente de los marinos cuyos nombres estaban inscriptos; pero son tantos los accidentes no resgistrados en la caza de ballenas y era tan evidente que muchas de las mujeres que me rodeaban tenían aspecto, si no las ropas, de un dolor inconsolable, que estaba seguro de que allí, frente a mí, estaban reunidas muchas personas en cuyos corazones doloridos la vista de esas tétricas lápidas reabría y hacía sangrar de nuevo antiguas heridas.

«¡Ah! ¡Tú, que tienes a tus muertos enterrados bajo la verde hierba, tú que, de pie entre flores, puedes decir: <<aquí yace mi bienamado>>, tú no conoces el dolor que anida en pechos como éstos! ¡Qué amargo vacío tras esos mármoles orlados de negro que no cubren cenizas! ¡Qué desesperación en esas inscripciones inalterables! ¡Qué ausencias mortales, qué inconfesada incredulidad en esas líneas que parecen corroer toda Fe y negar la resurrección a seres que, privados de toda morada, han muerto sin tumba!»

Fragmento de La Capilla en Moby Dick de Herman Melville.

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