El son distópico de una fiesta prehispánica

¿Qué habría pasado si hubiera sido al revés?, ¿si los incas hubieran impuesto sus instrumentos a los españoles y la música sonara más a la imitación de la naturaleza? Texto publicado el 16 de diciembre de 2017 en La Callejera.

FOTO_MUSICA_PREHISPANICA-1-940x529

El mestizaje es tierra fértil de las distopías. Se regresa en el tiempo y se piensa en las casualidades que llevaron a unos a ganar y a otros a perder. La conquista y la caída de los grandes imperios, la mezcla, el dolor, el reconocimiento de venir de una casta forjada a golpes, asaltos y violaciones. Marcada por la discriminación, el odio, la vergüenza y las contradicciones que son eternas y se van convirtiendo en una especie de serpiente que devora su propia cola.

También en estas tierras han nacido muchas ideas, formas de ver el mundo, culturas, artes, mezclas. El folclor latinoamericano ha resonado de maneras similares en el sur, centro y norte del continente. Las transformaciones de los instrumentos prehispánicos durante la conquista fueron similares. La música tribal mexica usaba materiales parecidos a la de los mayas y los incas. Los tambores y las conchas estuvieron presentes en casi todo el contiente. Casi todos los instrumentos de cuerdas llegaron con los españoles.

13541
Pifilca, instrumento musical premapuche. Foto: Museo Chileno de Arte Precolombino.

“La vida activa y moderna de nuestro tiempo nos ha hecho olvidar que antes de la llegada de los españoles la vida mexica era una sociedad ‘civilizada’, una sociedad de ‘orden’. Tan solo en materia musical, las crónicas dan noticia de la existencia de instituciones donde se enseñaba el canto y el uso de esos instrumentos, es decir la cuicacalli o ‘casa del canto’, así como también de la existencia de ‘libros de canto’ o cuicamatl, de lo que da testimonio un antiguo poema náhuatl: ‘en libros quedan escritos vuestros cantos/ Esos que desplegasteis junto a los atabales”, del ensayo Una aproximación a la música prehispánica azteca de los antropólogos Alfonso Garibay García y Ricardo Manuel Pilón Alonso.

El folk latinoamericano viene en esencia del mestizaje cultural, de la integración de nuevos instrumentos. Los wixárikas o huicholes actualmente usan violines y guitarras en sus ceremonias. Pero se tiene noticia de la música en América desde el año 3500 a.C., mucho antes del primer encuentro de la civilización americana con la europea.

También para los habitantes del Cono Sur, la música siempre ha sido importante. En la época precolombina era parte esencial de la vida ritual: sin música casi no había ritos. Según información del  Museo Chileno de Arte Precolombino, el resumen más interesante de la historia de la música en la región que ahora es Chile se encuentra en el periodo aproximadamente entre el 400 y el 900 d.C. cuando la civilización Tiahuanaco o Tiwanaku (que se ubicaba en la actual Bolivia) influía en el resto musicalmente.

“Todo lo que ocurre en Atacama va influyendo las culturas hacia el sur, en las regiones del Norte Chico y Zona Central, donde fueron mutando estas influencias y naciendo instrumentos de piedra más elaborados, como la pifilca (silbato antropomorfo) que aún usan en los ‘bailes chinos”, de acuerdo a la información publicada por el Gobierno chileno.

instagram_nicolacruz
Instagram @NicolaCruzz

¿Qué habría pasado si hubiera sido al revés?, ¿si los incas hubieran impuesto sus instrumentos a los españoles y la música sonara más a la imitación de la naturaleza?, ¿si la lluvia, el agua, el movimiento de la tierra, el grito de un caracol, el choque de las rocas hubieran dejado las ceremonias militares y religiosas para amenizar nuestras fiestas? Quizá sonaría como suenan estos ritmos de electrofolk, principalmente mezclado con techno y ambient, con el que experimentan varios músicos, en su mayoría latinoamericanos, pero también europeos, cuya música bien podría adjetivarse como retrofuturista tribal.

Esto que ahora escuchamos es el futuro, nuestro futuro, con su desigualdad, imperfecciones y vicios que (a veces) negamos, con una música pop rock de soundtrack que no suena a nuestro pasado. Aunque también hay cumbias, salsas, reggaeton, tribal. Todavía está ese tufo de lo que fue y que nos cuesta trabajo reconocer en nosotros mismos. Venimos de la guerra y la sangre, marchamos con otra ropa pero con el mismo fervor a la muerte y sus derivados; el sudor, el calor, el trópico y los sonidos de un mundo que desapareció y se quedó disperso en nuestra psique, en nuestras variantes del español, nuestros bailes y nuestra música, sobre todo nuestra música.

Las similitudes de los ritmos y las mezclas son resultado de las historias paralelas: los colores en la cumbia, la salsa, la bachata, la música andina que al mezclarse con el techno y otros géneros electrónicos nos evocan una grandeza distópica. Así pienso en pistas de baile rodeadas de pirámides y chozas, vestidos con joyas de colores, brillos de jade, huaraches, un despertar inusitado por el resto y nuestra integración con la tierra, con la materia de la que somos parte.

De ahí viene una inspiración que traspasa fronteras y lleva a un londinense como El Búho a hacer un disco que se llama Chinampa y que suena a Xochimilco y las calles de la salvaje Ciudad de México. Se escucha al microbusero y el reggaeton de fondo, los gritos, la cumbia, todo lo que transpiran los más de 20 millones de habitantes que se enciman en los vestigios de un reino que ya no vale nada, pero que nos gusta recordar mucho por su grandeza, una grandeza destruida y generalmente dejada en los rincones. Hasta que alguien la reinterpreta y la vuelve nueva, la vuelve cool. Una letra en quechua es protagonista en la canción  La sirena negra del músico de Berlín, Nu.

No digo que agrupaciones como la chilena Matanza revivan las viejas glorias de los grandes (y sanguinarios) imperios incas, mayas o mexicas, pero rinden tributo -sin ser solemnes- a ese pasado que a veces nos hace sentir culpables y en otras simplemente nos desconcierta. No es que duela venir de donde venimos, duele olvidar, el recuerdo es como una noche que nunca termina.

Es justamente Matanza una de las agrupaciones que vuelve a la esencia de sus antepasados, utilizando instrumentos como el caracol, el tambor, las flautas.

“Los principales instrumentos mexicas son el huéhuetl, tambor vertical construido con un tronco de árbol ahuecado, el teponaztli, también de madera con dos lengüetas formadas por angostas incisiones y el atecocolli, que es una trompeta elaborada con un caracol marino; además de las flautas de cuatro agujeros, y un silbato que se ha llamado ‘de la muerte’, pero que reproduce el sonido del viento”, dijo el académico Felipe Flores Gamboa en un Ciclo Conversaciones Musicales organizado por la Fonoteca del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México.

Aunque la música prehispánica casi siempre se usaba con fines militares y religiosos, la mezcla le da un nuevo sentido. El ritual ya no es sagrado, lo sagrado ya no existe, lo matamos para nacer y ser lo que somos: ni una cosa ni otra.

Esto me remite a una fiesta en las ruinas de Teotihuacán, o a una en un estacionamiento en el centro histórico de la Ciudad de México que vibraba con cumbia y electro, y traía ecos, en la endeble estructura del edificio, del temblor del 19 de septiembre que acababa de suceder hacía poco más de una semana. Vivimos en movimiento, bailámos en la tragedia.

Screen Shot 2019-10-20 at 12.11.45 PM
Nu. Foto: YouTube.

Los ritmos mutaron solos, de manera orgánica cuando los que crecimos aquí escuchamos una música y de grandes conocimos otra por internet, por las comparaciones. Así un chico de 17 años (Erick Rincón de 3BallMTY, ahora tiene 24) llevó en 2010 el remix de la música tribal a los clubes europeos y de ahí a los palenques, a las ferias locales con los artistas gruperos.

Es posible que esta conciencia de nuestro pasado sea simplemente conveniente para hacer más interesantes las nuevas mezclas de música electrónica, al final de cuentas hay pocos indígenas haciendo música de este tipo, la mayoría son mestizos y europeos. Pero al final se están sacando de los libros de historia los instrumentos, las formas, los ritmos, que están recordando una grandeza abandonada y que se están llevando a los festivales modernos, a las discotecas.

“Entonces los muchachos empezaron a tocar un son que se llama todavía el Son de los cerbataneros que cazan monos. Lo tocaron en unos carrizos, en unas hicotecas  (caparazón de tortuga) y en unos atabales (tambores) de cuero de venado. Al oír esta música, que extendió de modo grato y extraño, como si sus voces y sus ecos formaran una sola melodía, la selva se cubrió de pálido resplandor”, Popol Vuh.

“La música prehispánica no era solo pentatónica (escala musical de cinco tonos con ausencia de semitonos) como se creía hasta hace algunos años, pues actualmente sabemos que manejaban una escala diatónica, la polifonía y microtonía, lo cual comprendía distintas familias de instrumentos; tenían la flauta transversal y diferentes cuerdas, e intuyeron conceptos como el ruido rosa (que desciende 3 decibeles por octava)”, según Flores Gamboa.

Estos nuevos ritmos evocan al pasado, a civilizaciones muertas, pero también al futuro de la electrónica, no solo en América, sino en todo el mundo. La música prehispánica y tribal está volviendo por su complejidad, diversidad y color, por sus matices que la hacen tan distinta a los grandes géneros contemporáneos.

Deja un comentario